Sin poesía, la luna solo sería la luna – Without poetry, the moon would only be the moon.

Javier y el barco de papel

Javier y el barco de papel

Cuando al pequeño Javier alguien le preguntaba qué es lo que quería ser de mayor, sus papás se adelantaban siempre a contestar por él:

―Será un gran ingeniero ―decía mamá.

―O, mejor dicho, ¡un banquero! ―afirmaba papá.

Sin embargo, él deseaba desempeñar otro oficio de los tantos y tantos que acababan en “ero”…

―Yo quiero ser marinero ―respondía tímidamente.

―¿¿Marinero?? ¡Pero eso no da dinero! ―exclamaban ellos.

Javier no acababa de comprender el significado de aquel comentario: le estaban preguntando qué es lo que quería ser, no lo que quería tener… Mientras, el pequeño jugaba solo en su habitación con sus barcos de juguete imaginando que surcaba los cinco continentes. Su sueño era navegar alrededor del mundo, visitar lugares lejanos y bonitos, conocer gente nueva y distinta y vivir mil historias de película.

Así, nuestro niño fue creciendo y creciendo, estudiando y estudiando, hasta convertirse en el anhelado banquero que tanto deseaban sus papás.  Una profesión que, aunque no le disgustaba, tampoco le apasionaba… Y es que Javier, ante todo, deseaba tenerlos contentos, pues nadie mejor que ellos para saber lo que más le convenía a él. O eso es lo que a Javier le habían hecho creer…

Pues bien, con el tiempo, llegó a ser en un gran banquero, aclamado por sus jefes, sus clientes, sus amigos y, sobre todo, por su familia. ¡Todos se sentían muy orgullosos de él! No obstante, Javier no se sentía, en absoluto, orgulloso de él mismo… 

Ganaba mucho dinero, tanto que se le salía por los bolsillos de lo llenos que estaban… Podía comprarse cualquier cosa que quisiera, podía viajar a cualquier lugar que deseara y, sin embargo, había algo que siempre le faltaba… Día tras día, amanecía más apesadumbrado, más desilusionado…

―Buenos días, te noto algo hundido ―le dijo una vez un amigo. 

―La verdad es que he perdido hasta el apetito… ―le contestó , entristecido.

―Pero Javier, eres rico, ¡mira lo llenos que están tus bolsillos!

―Sí, pero mi corazón está vacío y llenarlo no consigo.

Un buen día de verano, llegó a su despacho un cliente malhumorado:

―Javier, no me salen las cuentas este mes, ¡algo tiene que hacer usted!

―Está bien, tranquilícese. Deme tiempo, vamos a ver…

Nuestro banquero tecleaba y tecleaba en su ordenador sin apartar la vista de la pantalla. Buscaba, muy concentrado, ofrecer una solución a aquel cliente disgustado. Mientras tanto, aquel hombre impaciente de manos inquietas, se dedicaba a hacer barcos de papel con todos aquellos documentos repletos de letras y números que tenía a su alcance. Cuando Javier alzó la vista y lo vio, recordó aquellas tardes entrañables que de niño pasaba en su habitación. Los ojos como platos abrió y un antiguo sentimiento de alegría le invadió. Cogió uno de aquellos barcos y lo retuvo suavemente entre sus manos. Lo contempló largos segundos con gran emoción y una nueva luz llenó entonces su corazón.

― ¡¡Muchas gracias!! ¡¡Usted me ha dado la respuesta que buscaba!!

―De nada… ―el cliente, extrañado, lo observaba.

―Me marcho, ¡tengo algo más importante que hacer!

― ¿¿Cómo qué??

― ¡Como vivir de una vez!

El joven banquero se aflojó su apretada y seria corbata gris, agarró su maletín y se dispuso a salir de allí con la intención de dimitir. En la oficina del banco, todos lo observaban boquiabiertos…

― ¿Pero es que ya no quieres manejar dinero? ―preguntaban sus compañeros.

―No, yo lo que quiero es manejar un velero ―contestaba con rostro sincero.

―Pero si te marchas ya no podrás regresar y tus ingresos empezarán a escasear.

―Me da igual, estoy harto de contar y contar ¡yo lo que deseo es navegar!

―Se ha vuelto loco este Javier, un tornillo ha debido perder… ―un cliente añadió.

―Puedo ganar o perder, no lo sé, pero yo lo voy a hacer ―este respondió.

Salió del banco disparado como un rayo y feliz como aquel niño interior que jugaba con barcos. Se dirigió a casa de su familia para contarles la noticia, pero sus papás no entendían nada de lo que ocurría…

― ¿¿Cómo que dejas el banco, Javier?? ¡Eso no puede ser!

―Mi corazón aventurero no quiere pisar siempre este suelo, desea navegar por mares cambiantes que me muestren situaciones emocionantes.

―A nuestro hijo se le han cruzado los cables… ―murmuraba mamá, delirante.

―Yo deseo sentirme libre y este trabajo no me lo permite.

― ¡Pero si lo tienes todo, Javier!

― ¿Todo? ¿Tú crees?

―Dinero, trabajo, caché…

― Sí, ¡y un montón de estrés! ―replicaba él.

―Pero, ¿qué más quieres hijo? ―preguntaba ella con cariño.

―Quiero ser libre de una vez y convertirme en lo que yo quiero ser.

― ¿Y qué es lo que quieres ser? Si se puede saber…

―Marinero, os lo dije cuando era pequeño, pero no me tomabais en serio…

Sus papás, desconcertados, se miraron el uno al otro y recordaron que Javier estaba en lo cierto. Justo entonces comprendieron que era él, y no ellos, el que conocía el camino correcto.

― ¡Hasta pronto, papá y mamá! Me voy a hacer mi deseo realidad.

 Nuestro protagonista se despidió con una sonrisa y se apresuró de nuevo al banco. Claro que, esta vez, para invertir sus ahorros del mejor modo: comprando un velero que le llevaría a cumplir su sueño.

«Y así fue como nuestro joven e intrépido Javier,

despertó gracias a un pequeño barco de papel.

Convertirse en banquero no fue ningún error,

sino la vivencia que le enseñaría aquella lección.

Comprendió que los billetes nos podían comprar

cosas tan preciadas como su felicidad.

Había algo mayor que el valor del dinero,

solo la valentía logró regalarle su sueño.

Decidió manejar el timón de su vida

aprovechando el tiempo con alegría.

Empezó a navegar por el mar de sus sentimientos,

al son de su corazón, al son del viento».

«Cada uno es capitán de su propio barco y debe manejarlo como desee. En cuanto perdemos el control, vamos a la deriva. Nadie sabe dirigir nuestra vida tan bien como nosotros mismos».

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