En la sabana africana habitaba un joven león,
largas horas dormía tranquilo como un lirón.
Era listo y fuerte nuestro pequeño Simón,
mas se pasaba el día tumbado si ninguna motivación.
“No seas perezoso, mi lindo dormilón”,
le decía su madre con gran preocupación.
“Debes ir a la escuela para aprender la lección”.
Y este, todo el tiempo, se hacía el remolón.
“No quiero ir a clase, me aburro un montón”.
“Eso no pasaría si pusieras atención”.
Ella le hablaba con gran determinación,
pero cada vez obtenía la misma afirmación.
Mamá trataba de encontrar una solución,
día tras día, se agotaba su imaginación.
Entonces lanzó un rugido a pleno pulmón,
salió hacia el cole disparado como un cañón.
De camino, vio un pájaro rompiendo el cascarón,
la cría se esforzaba con enorme tesón.
Su mamá lo alentaba cantando una canción:
“Mi querido pajarito, ¡qué tremenda ilusión!
Tenerte a mi lado me llena de emoción.
Nunca te rindas, coge fuerte el timón,
lograrás lo que desees si luchas con pasión.
Nada podrás hacer sentado desde el sillón,
levántate, vuela y pasa a la acción”.
Aquellas palabras resonaron en su corazón,
nuestro rey de la selva comprendió su misión,
No quería vivir con más resignación,
empezó a mirar las cosas con otra visión.
“No debo ver la escuela como una obligación,
seguro que me ayuda a descubrir mi vocación”.
Fue así cómo nuestro querido león
nunca más volvió a hacerse el remolón.