(Una historia inspirada en una estatua real)
Había una vez, hace muchos años, un humilde pescador que habitaba en Kuala Lumpur, la ciudad más grande y majestuosa de Malasia.
Yang, que así se llamaba nuestro querido pescador, asistía cada día a su cita con los ríos Klang y Gombak, los cuales confluyen en dicha ciudad. En sus aguas había encontrado todo tipo de peces y especies diversas. ¡Conocía aquellos ríos como la palma de su mano! Durante largos años, había pescado en ellos, se había alimentado gracias a ellos y había fluido con ellos…
Yang era un hombre humilde y feliz que vivía junto a su esposa y su hijo en una casita de barro y bambú en las faldas de la montaña Bukit Tabur.
Las semanas, los meses y los años pasaban y la piel de aquel hombre, curtido por el sol, se arrugaba… Sin embargo, había algo en él que no envejecía, algo que, día tras día, simplemente, rejuvenecía y le llenaba de una enorme sabiduría: era su Voz Interior, aquella que le hablaba desde el corazón y crecía silenciosa como una flor.
Pues bien, Yang tenía un importante propósito de vida, un propósito que su padre, su abuelo y sus antepasados, todos ellos pescadores, se habían ido transmitiendo generación tras generación: ¡pescar el pez más grande del mundo! De esta forma, cada mañana, muy temprano, cuando se sentaba a orillas del río a pescar o cuando lo hacía con su vieja barca de madera y metal, se preguntaba: «¿Será hoy?». Segundos después, echaba la caña al agua y esperaba con su atenta mirada. Siempre regresaba a casa con un cubo repleto de peces de escamas brillantes, unos más pequeños y otros más grandes. Pero su anhelado pez gigante no daba señales de vida, dando la impresión de que nunca aparecería…
Una lluviosa tarde de domingo, salió de casa para retomar su labor y su pasión: la pesca. «Llueve mucho y hace frío, deberías quedarte en casa esta vez», le aconsejó su amada mujer. «No temas, estaré bien, dicen que la lluvia atrae a las grandes criaturas”, contestó él. Inmediatamente después anduvo una hora hasta su barca y salió con ella a navegar por aquellas aguas agitadas, con la esperanza de pescar aquella “gran criatura” que toda su vida se había propuesto encontrar.
Cuando había llegado al punto donde confluían los ríos, las nubes habían ya desaparecido, el sol empezaba a esconderse tras las montañas y el cielo se había tornado naranja. Se encontraba solo en medio de aquellas aguas profundas, rodeado de una naturaleza salvaje y un paisaje incomparable.
Sin pensarlo dos veces, echó su caña al agua y durante horas y horas esperó paciente. La noche oscura ya había llegado, y solo la luz de la luna llena iluminaba su barca. Enseguida, el sueño y el cansancio se apoderaron de él y los ojos entrecerró unos instantes… De pronto, un movimiento brusco y fuerte que tiraba de su caña le hizo volver en sí. «¡Por fin, uno ha picado! Y debe de ser muy grande…», se dijo. Pero, antes de que pudiera si quiera recoger el hilo, aquella fuerza extraña le arrebató de golpe la caña…
Yang, sorprendido por aquel inesperado suceso, se llevó las manos a la cabeza y permaneció atónito unos instantes… «¿¿Cómo es posible?? ¿¿Qué ha podido ocurrir??», se preguntaba sin cesar. Nunca en toda su vida, un pez le había arrancado su caña de pescar, nunca… Esta se encontraba ahora sumergida en el agua y, Yang, buscando detenidamente con la mirada, era incapaz de encontrarla…
Unos segundos después, la caña de madera salió a la superficie cerca de la barca y Yang pudo rescatarla sin esfuerzo. Pero nuestro pescador notaba una fuerza extraña bajo sus pies… Un intenso temblor empezó a mover la barca de un lado a otro, y, de repente…
¡ L o n u n c a v i s t o ! L o i m p e n s a b l e , l o inimaginable…
La criatura más grande que habían visto sus ojos emergió con una fuerza titánica desde las profundidades. En aquel momento, el tiempo se paró y todo pensamiento se desvaneció. De un salto tan elegante como fascinante, una gran ballena azul se mostraba ante él grandiosa, mágica y hermosa.
Yang enmudeció. Se quedó sin aliento, sin habla, sin nada… Su propósito, su sueño, por fin se había cumplido superando con creces cualquier expectativa. Y, justo antes de que pudiera hacerse cualquier pregunta lógica, el impacto de aquella gigantesca criatura chocando contra el agua hizo volcar su barca. Yang ahora se las ingeniaba para salir a la superficie angustiado por la idea de no saber nadar… En la profundidad de la noche y de aquellas aguas dulces, era incapaz de vislumbrar una luz que lo guiara hasta su barca y, poco a poco, su fuerza y sus esperanzas flaqueaban… De forma inesperada, y antes de que pudiera exhalar su último aliento, su mirada y la de la gran ballena azul se cruzaron.
Segundos después, Yang se encontraba arrodillado, tosiendo y escupiendo agua dulce sobre su barca. Cuando ya se había recuperado del susto y pudo levantar la vista, vio ante él la majestuosa cara de la grandiosa criatura que le había salvado la vida y que, por poco, le arrebata… La ballena lo observaba llena de calma y sosiego, con sus ojos brillantes y sus barbas gigantes. Yang, no podía creer lo que veía… Pero lejos de encontrarse atemorizado o inseguro, se sentía invadido por una inmensa paz imposible de expresar…
«¿¿Cómo ha sucedido esto?? ¿¿Cómo ha podido llegar hasta estas aguas dulces este animal marino?? ¡¡Esta gran ballena azul!! ¡¡Es imposible…!!», se decía Yang para sus adentros. Sin duda, la lógica escapaba a la realidad, y aquello su mente no lo podía razonar…
―No es más real lo que ves con los ojos que lo que sientes con el corazón ―respondió una voz grave y vigorosa.
―Pero… ¿¿puedes hablar?? Los peces… Los animales no hablan… ―exclamó Yang.
―No soy un pez, tampoco un animal, soy mucho más…
Yang, perplejo, permaneció callado unos instantes…
―Soy tu voz, tu voz interior, la que proviene de tu corazón.
―Yo… Sigo sin comprender…
―No tienes que comprender nada porque no hay nada que comprender.
―Entonces, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué has venido a verme a mí?
―He venido a mostrarte tu infinita grandeza ―afirmó la ballena―, pues lo que ves en mí es un fiel reflejo de todo lo que hay en ti: de tu fuerza, de tu magia, de tu inmenso poder. Nuestro pescador escuchaba atento las palabras de la ballena, tratando de integrarlas en su mente y en su alma…
―Yo soy todo aquello a lo que tú y tus antepasados habéis aspirado durante años. Yo soy la criatura más grande que anhelabais encontrar, la que tanto tiempo fuera habéis buscado y la que solo dentro de vosotros siempre ha habitado.
Por primera vez en su vida, Yang lograba comprender lo incomprensible, creer lo increíble, ver posible lo imposible…
― ¿Quieres decir que siempre has estado dentro de mí, qué nunca te has marchado…?
―Así es, mi querido Yang, yo siempre he estado ahí. Soy esa gran fuerza que te da la vida, y también la que te la quita… Yo soy quien habita tu naturaleza eterna e infinita.
Yang escuchaba con lágrimas en los ojos las maravillosas palabras de aquella sabia ballena.
―Y ahora, debo marcharme…
―Espera, ¡no te vayas! Entonces, ¿eres tú el “gran pez” que siempre he estado buscando? ―interrumpió Yang.
―No hay ningún “gran pez” que buscar, dentro de ti lo tienes todo ya.
Justo en ese momento, la ballena se sumergió en el agua y su rastro se perdió en la oscuridad de la noche.
De repente, una luz radiante atravesó los párpados de nuestro pescador. Yang entreabrió los ojos con dificultad y se percató de que estaba amaneciendo. Se había quedado dormido y había pasado la noche en la barca. Todo había sido un sueño. O no… Bajo sus pies estaba su caña, ligeramente mojada, y su ropa se encontraba totalmente empapada…
Muy pensativo y, ante todo, inquieto por haber dejado sola y preocupada a su familia, regresó rápidamente a casa para reencontrarse con ella. A su llegada, su esposa y su hijo le esperaban ansiosos.
―¿¿Qué te ha ocurrido?? ¿¿Estás bien?? ¡Nos tenías muy preocupados! ―exclamaba asustada su mujer al tiempo que su hijo lo abrazaba con fuerza.
Tras explicarles que solo se había quedado dormido en la barca, estos se tranquilizaron.
―Pero, tu ropa está mojada… Y, el cubo de pescado, vacío…
―Lo sé ―sonrió él― Sin embargo, he pescado la criatura más grande del mundo…
― ¿Ah, sí? Y, ¿dónde está, papá? ―preguntó intrigado su hijo. ―
¡Era tan grande que no he podido traerla en la barca!
―Oh, vaya… ―murmuró el pequeño con cierta desilusión.
Pero, no te preocupes, tú también puedes verla si quieres, yo te enseñaré cómo, hijo mío.
―¿¿De verdad?? ―gritó loco de contento el pequeño. Aquella noche, Yang le contó a su hijo su fascinante aventura con la ballena azul de Kuala Lumpur. Una historia grandiosa que, sin esperarlo, cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre…
Fue así cómo el pequeño creció con la idea de que había algo muy grande dentro de nosotros.
Tan grande y poderoso como una enorme ballena azul. Algo que no podía verse con los ojos, pero sí sentirse con el corazón. Algo que muchos llamaban la voz interior…
Con los años, el hijo de nuestro humilde pescador se convirtió en un gran escultor que hacía visible a los ojos aquello que brotaba de su corazón. Es por ello que, hoy día, una gran ballena azul decora un maravilloso parque de Kuala Lumpur, invitando a sus visitantes a descubrir su propia luz. Y es que, ¿acaso no pretende eso la Vida: esculpir nuestra grandeza y pulir nuestra alegría?
Y es que, ¿acaso no pretende eso la Vida: esculpir nuestra grandeza y pulir nuestra alegría?