El cine para niños no necesita de un villano y, si lo hay, no hace falta maltratarlo
No, la violencia en la animación no es necesaria. No, la violencia no hace que una película sea mejor o más entretenida. No, la violencia no llevará nunca a la paz. No, el villano no tiene porqué acabar siempre muerto, desterrado, ridiculizado o encarcelado. No, la violencia no debería ser apta para todos los públicos, ni para nadie…
Sí, es necesario omitir el contenido violento de la animación. Sí, es posible hacer una película buena y taquillera sin violencia. Sí, el lenguaje y la acción pacífica atrae más de lo mismo. Sí, el villano también puede cambiar, aprender la lección y ponerse del lado del bien. Sí, al otro lado de la pantalla hay niños que son como esponjas e imitan lo que ven.
En una sociedad que ha normalizado la violencia como forma de vida, me pregunto cuántas más desgracias y crueldad tienen que haber para darse cuenta de que la violencia no llega a buen puerto y, no solo eso, que nos destruye por fuera y por dentro. El telediario ya nos cuenta suficientes películas de terror cada día como para querer sacar más basura a la luz. El resultado es el reflejo de más de lo mismo en cine, televisión y en esta sociedad adicta al drama y los grandes estímulos. Y es que, a menudo, la realidad supera la ficción…
A la vista está que en el cine de animación, la violencia no pasa desapercibida. Es más, diría que está a la orden del día. Para empezar, insultar es una forma de violencia, agredir en todas sus vertientes (daño físico, el insulto, burla, maltrato verbal, el uso de armas, el racismo, la corrupción, el machismo, etc) es violencia, y no nombraré palabras mayores. Un niño de unos 3 años que ve una película en la que un amigo habla mal del otro o le pega, le hace bulling, aprenderá a hacerlo, se familiarizará con esa costumbre y, en el peor de los casos, imitará al personaje. Los niños a edades tempranas no distinguen todavía la realidad de la ficción, que es lo bueno y que es lo malo, aprenden simplemente por imitación. Como es lo que ve, para él es lo normal.
Y si sabemos que hay niños al otro lado de la pantalla, ¿no deberíamos poner por delante su educación, sus emociones, sus sentimientos? Yo reconozco que era un poco “niña mueble”, de esas que dejan durante horas en el sofá y consumía infinidad de series y películas diversas. Y como yo, la mayoría de amigos míos. Sin darme cuenta, mi mente y mi corazón se iban “edulcorando”. Siempre pongo el ejemplo del azúcar porque es muy ilustrativo. Si a un niño le das cada día galletas azucaradas del supermercado, el día que le des galletas sin azúcar caseras te va a decir que no le gustan porque no saben a nada. Ese niño ya tiene el paladar “intoxicado”. Con el cine ocurre igual, si cada día le pones películas violentas, el día que le pongas Heidi (una de mis series favoritas por ser atemporal, preciosa y rica en valores), le va a parecer sosa y aburrida. ¿Eso es por qué Heidi es una serie poco interesante? No, en absoluto. Eso quiere decir que el niño se ha acostumbrado a un nivel de violencia tan grande que su cuerpo y su mente le van pedir más y más cada día para sentirse satisfecho. Que haya galletas azucaradas en el supermercado no significa que las tengas que comprar y que sean buenas. De igual manera ocurre con las películas violentas (uso de armas, palabras malsonantes, lucha continua, etc), esto no significa que las tenga que consumir tu hijo y, mucho menos, que sean positivas para él. Tengamos un poco de discernimiento, sepamos filtrar y reconocer lo que les conviene y lo que no.
Sí, el cine influye en nuestros hijos, porque al final, como dice el famoso dicho “somos lo que comemos”, también somos lo que consumimos por la vista y el oído. Las historias también son un alimento, para la mente y el espíritu, y conozco a gente que consume películas muy violentas y, no por causalidad, todo lo ven negro. ¿Consumen películas de violencia porque todo lo ven negro o todo lo ven negro porque consumen películas de violencia? Lo uno lleva a lo otro y viceversa, hasta que uno se ve envuelto en una vorágine de la que es muy complicado salir si no se cambia de foco. Ahí está, el cambio de foco es la respuesta, la solución. Algunos dirán que es muy difícil salir de ese patrón, de ese guión, pero el simple hecho de reconocerlo y querer cambiarlo ya es garantía de éxito. La imaginación nos hace infinitamente creativos y poderosos, y dejar de utilizarla para asustarnos y empezar a usarla para reeducar nuestra mente y responsabilizarnos de nuestro propio bienestar es siempre una gran opción. Pero bueno, el tema “adultos” es otro cantar, quiero centrarme en los niños, ese espectador tan sagrado como vulnerable cuya inocencia deberíamos empezar a cuidar.
Y alguno podrá decir que la misión de la animación no es educar, sino entretener. Entretener no es una palabra ni una acción inocua en un niño. Repito, lo que le entra por los ojos y lo oídos no se va por donde ha venido, se queda en su memoria, moldea su conducta y le plantean interrogantes sobre su impacto en la percepción de la agresión, la convivencia y las consecuencias en la vida real. Todo esto no es inofensivo. Pondré dos ejemplos propios: el de mi hijo de diez años cuando veía una famosa serie de una especie de ratón amarillo con apariencia inofensiva pero de contenido muy violento. Todo esto se tradujo en sus juegos, sus dibujos y, por su puesto, en su conducta. Por suerte, dejó de verla hace un par de años y se suavizó notablemente todo esto en él. Por otro lado, con mi hija de tres años y medio (a la que solo le ponemos la tele un ratito el fin de semana con series como Heidi, Caillou y Bluey), cuando se trata de ver una película en familia, me cuesta encontrar aquellas en las que no haya escenas violentas (incluso en las películas calificadas como aptas para todos los públicos). Ella se asusta y yo me siento incómoda a la vez que nerviosa y preocupada al contemplar semejantes barbaridades. Si a mí me produce malestar, qué no le producirá a ella… Se enfada si se enfada “el malo” y le entran sentimientos negativos hacia él. Y ya no digo de amigas cuyos hijos tienen pesadillas con los malos de estas películas, como yo tenía cuando era niña. Eso no es educar. Y si yo le permito ver este contenido y no lo corrijo, no puedo responsabilizar al cine directamente, sino a mí por permitirlo.
Que nos hayamos vuelto una sociedad insensibilizada, no significa que los que vengan detrás, nuestras criaturas, lo sean. Vamos a protegerles, vamos a acompañarles a vivir en armonía con su entorno, a enseñarles a pensar en la paz y en lo bueno, a enseñarles que el amor no es algo cursi, sino el motor que lo mueve todo. Y aquí el cine, como motor de la cultura en todo el mundo, tiene una inmensa responsabilidad a la que debe despertar a la de ya.
En cuanto a contenido violento diría que se pueden contar con los dedos de una mano las productoras de animación que no lo llevan a cabo, pues lo que abunda es, lamentablemente, lo que vende: de nuevo la violencia, el morbo, vamos… Y es que la violencia se extiende a toda la industria cultural que tiene que ver con la infancia: cine, literatura, música, teatro, etc. De hecho, navegando por internet me encontré este texto basado en un estudio que me resultó interesante:
“Los niños aprenden de lo que ven y lo que escuchan. Para ayudarles a distinguir entre realidad y fantasía, especialmente considerando la exposición a contenido potencialmente perjudicial, es necesaria la guía activa de los adultos, el diálogo continuo y la formulación de preguntas reflexivas. Aunque estas escenas pueden parecer inofensivas debido al tono burlón y la falta de consecuencias realistas, plantean interrogantes sobre su impacto en la percepción de la agresión, la convivencia y sus consecuencias en la vida real (…) Es posible que en ocasiones nos preguntemos si esa representación de la violencia puede tener un impacto en la construcción de la identidad en edades tempranas. Algunos estudios sugieren que la exposición a estos modelos pueden tener un impacto significativo en la comprensión del entorno y en la relación que los más pequeños establecen con él”.
Entonces, yo me pregunto :¿Queremos un cine que mueva dinero o un cine que mueva las mentes? La mayor riqueza que podemos aportar al mundo a través del audiovisual es precisamente el de ayudar a transformarlo movilizando a través de nuestra imaginación y creatividad bien encauzadas. ¿Qué pasaría si pusiéramos esos dones y talentos de los cineastas (incluyo a literatos y músicos) al servicio del bien común? ¿Hay algo más importante en estos momentos de lo que el mundo está sediento que no sean historias que despierten nuestra esperanza, amor, generosidad, confianza, valentía y paz? ¿Hacemos películas para el mundo que tenemos o para el mundo que queremos? Quizás deberíamos replantearnos el objetivo de nuestras historias teniendo en cuenta lo que el mundo necesita verdaderamente, y no para contentar a una sociedad durmiente…
Aunque resulte paradójico, siempre he pensado que una buena película no debería servir para dejarnos apoltronados en el sofá, sino más bien al contrario, para sacarnos de este y movilizarnos a tomar acción sobre nuestra vida y tomar el camino deseado. Creemos juntos historias que sean faro para todos los públicos, creemos historias con amor y humor sano que nos conecten con la mejor versión de nosotros mismos.
¿Por qué seguir haciendo películas comerciales que solo nos hacen regodearnos en el mismo fango de siempre? ¿No está ya suficientemente roto el mundo ya como para que nos pongamos manos a la obra y lo arreglemos? El séptimo arte está de capa caída y debe ponerse ya las pilas.
Por supuesto que, por suerte, existen empresas de animación valientes que, aún buscando el benificio comercial de una historia, ponga por encima de ellos el valor social, moral y emocional de un film. Mientras haya mentes sintieses y corazones “escribientes” aún hay esperanza. Y sé que esto es solo un diminuto granito de arena para una enorme montaña, pero, con algo habrá que empezar, ¿verdad?
¿En serio? ¿Más de los mismo? Tan difícil resulta hacer una película sin malos, sin violencia, sin estridencias y sin estresar al espectador para que sea entretenida? ¿No nos estamos cerrando a otras posibilidades por miedo a salirnos del camino establecido? Quizás deberíamos volver a mirar hacia dentro, en vez de mirar tanto hacia afuera… Y es que en la industria del cine cine, como en la literatura, lo que un autor lleva dentro es lo que expresa mediante su arte. Hiperestimulamos a los niños con películas violentas igual que hiperestimulamos a los adultos con el telediario (que a menudo también ven estos). No, no les hace bien y, por cierto, a ti, mamá, papá, tampoco.
Por supuesto que, por suerte, existen empresas de animación valientes que, aún buscando el benificio comercial de una historia, ponga por encima de ellos el valor social, moral y emocional de un film. Mientras haya mentes sintieses y corazones “escribientes” aún hay esperanza. La tecnología avanza a pasos insospechados, pero de la educación, la literatura y el cine nos hemos olvidado. Hemos naturalizado y normalizado la violencia, y hemos etiquetado la fuerza más poderosa y sublime, el amor, de cursi y débil. Y así nos va. Al fin y al cabo, el cine, como cualquier forma de arte, es un reflejo del nivel de consciencia de la sociedad, de su inteligencia y su ignorancia, de sus anhelos y miedos. Solo en nuestra mano está cambiar. Debemos, de una vez por todas, asumir nuestra responsabilidad, y saber que solo nos puede llevar a buen puerto lo que esté en sintonía con la paz. ¿Y a ti, qué películas te resuenan y por qué crees que es así?
Justamente, hoy leía el siguiente texto en un libro que había en la escuela de mi hijo, titulado Escuela Slow de Penny Ritscher, pues aunque no lo creamos, educación y cine van bastante de la mano: “Nos hallamos ante una nueva realidad social, marcada por la publicidad, la televisión, el alcance inmediato de la información, el mercado. Una realidad que nos lleva a la «cultura de la inmediatez», a no tolerar el tiempo de espera, a tener prisa, a querer el último modelo de un determinado producto, a no tener tiempo para distraernos y estar sin hacer nada, a no poder ponernos enfermos (…) los niños y las familias nos vemos arrojados a una sociedad que posee un engranaje del que formamos parte sin ser demasiado conscientes de ello. La descripción de situaciones que pueden ser fácilmente identificables nos ofrece la oportunidad de regresar a una escuela y una sociedad pensadas y vividas desde el sentido común. La escuela slow describe una escuela respetuosa con los distintos ritmos de los niños y las niñas, el profesorado y las familias, en la que día tras día existe un ir y venir de relaciones y de momentos de vida cotidiana”.
Con todo ello, ante esta realidad, yo quisiera hacer un llamamiento de introspección y proponer a su vez un estilo de cine Slow, un cine que respete los ritmos de los niños y sus familias, un cine pacífico y sin “azúcares añadidos”, un cine con sentido común, sin prisas, un cine que nos haga reconciliarnos con la vida y su belleza, un cine que refleje el mundo que deseamos para nosotros y los que todavía no han llegado. En definitiva, un CINE CON MAYÚSCULAS.